Así con el paso del tiempo, uno nunca termina de comprender los infames vuelcos de la vida.
Las heridas se quedan para nunca abandonar el cuerpo y los recuerdos castigan a la memoria. La palabra es sin duda lo único que queda, lo único que puedo hacer mío. Son mis amantes, mis fieles compañeras. Me refugio en ellas y calmo mi pesar. Son esas mismas palabras las que alguna vez fueron usadas para engatusar, para desorientar y errar en el camino.
Sentir el peso de las horas sobre la espalda; sentir el ahogo de un deseo, una ilusión compartida y enterrada al mismo tiempo.
La complejidad del pasado se enfurece, impide el paso y trata de derribar.